La presente nota que nos permitimos compartir con todos nuestros asiduos lectores fue tomada textualmente de la página web la gaceta.com, un sitio de internet argentino y escrita por el periodista Miguel Velárdez.
LA GACETA en el pueblo natal de Gabo.
“Cien años de soledad”, la novela que transformó la literatura latinoamericana, cumplió 42 años el viernes. LA GACETA estuvo en el pueblo natal de su autor y convocó a los protagonistas del descubrimiento de la gran obra de Gabriel García Márquez a recordar la génesis de su salto a la gloria.
Un año después de haber recibido el premio Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez volvió a Aracataca. Al llegar a lo que había sido su casa de la infancia no pudo entrar. Se paró en la vereda y miró a la distancia. Estaba petrificado. Observó un instante en silencio y se le humedecieron los ojos. Para ese entonces, en diciembre de 1983, la casa era una derruida construcción, tan frágil que parecía que podía caerse con un soplido. Un incendio de tiempos remotos la había dejado endeble a los cuatro vientos. Aquella vez, los amigos, los familiares y los curiosos vieron llorar al escritor que no podía emitir palabra alguna. Bajó la cabeza, se quitó los anteojos y se secó las lágrimas mirando al piso. -Vamos, Gabito. -le dijo Mercedes Barcha, mientras le tomaba del brazo como en los tiempos de noviazgo. La esposa conocía tanto a su marido, que nadie se atrevió a interrumpirla en su decisión de sacar a Gabo de la congoja que lo invadía. Así abre el diálogo Rubiela Reyes, una mujer que sirve de guía turístico en lo que antes fue la casa natal de Gabo y hoy es el principal Museo de Aracataca.
Rubiela es una mujer de piel morena como la de todos los pobladores de Aracataca. Expuestos al sol por toda su vida, los catacos tienen un brillo especial en el rostro, casi como el de una aceituna. Ella conoce las anécdotas del escritor. Puede relatar con detalles desde la lluviosa mañana en que nació Gabo hasta las lágrimas de su regreso al pueblo que lo inspiró en su mejor literatura. El premio Nobel estaba tan conmovido que parecía haberse enterado de la muerte de un ser querido. Pero Mercedes lo recuperó de la conmoción que había experimentado al volver a su casa después de haber dejado el pueblo a los ocho años. Sólo una habitación se había salvado de aquel siniestro. Esa pequeña construcción originaria es lo único que todavía se mantiene incólume en la casa, el resto fue remodelado para construir el Museo.
El Viaje a la Semilla no fue fácil para él. Es que en Aracataca todavía deambulan los fantasmas que fundaron Macondo. Pude comprobarlo en los primeros días de mayo, cuando llegué a Aracataca, en medio de un calor asfixiante de mediodía. Así como los pobladores de Macondo se asombraban con los inventos que traía Melquíades, no hubo ni siquiera un instante en que no me sorprendiera de ese entorno mágico en un pueblo tan pequeño que parece que cabe en la palma de la mano.Descubrí, cerca de la plaza, la calle de los turcos, donde los árabes cambiaban baratijas por guacamayas. Sigue en pie la casa del telegrafista, donde trabajó su padre Gabriel Eligio García y pude ver que las plantaciones de bananos envuelven al pueblo como una enredadera. Tomaba fotografías de la vieja estación con mariposas amarillas pintadas en las paredes, cuando oí un ruido estremecedor a la distancia. El asombro me dejó perplejo. Era el tren carguero que se acercaba. No podía creerlo. A su paso formaba una estela invisible y lo más sorprendente fue comprobar que pasaban exactamente ciento veinte vagones. Había llegado a Macondo. Viendo llover como Isabel
Es una aldea, aunque ya no son las veinte casas de la ficción, algunas siguen siendo de barro y cañabrava. Todo el mundo se conoce. Todo el mundo sabe de la vida del vecino, de la comadre y del compadre. Para enterarse de la vida de los otros, los pobladores van al puente de los vara’o, donde la gente, a la hora de la siesta, se arremolina a los costados como loros dispuestos a ver pasar el tiempo, congelados, en actitud de ocio permanente.
Macondo es intangible, pero tiene tanto hechizo que se respira el realismo mágico. En el patio de la casa-museo hay un árbol que sólo podría aparecer en la ficción y sin embargo ahí está de pie, enorme, gigantesco y fantasmagórico. Las raíces bajan hasta el suelo y no al revés como en todos los árboles. Las ramas se estiran hacia abajo y al tocar la tierra se convierten en raíces. Entonces el árbol engorda. Se hace tan obeso que están obligados a podarlo, porque si no arrasaría con la casa. Entre sus hojas anidan pájaros con nombres de novela. La Chuchafría es un ave de cresta roja como las de un gallo. Llama la atención por el histrionismo de su canto, pero otro pájaro lo supera en el bullicio. El chupahuevo, de pico largo como una pinza, suele calmar su apetito en los descuidos de las gallinas.Había perdido la noción del tiempo, cuando un relámpago de lucidez me devolvió al presente. Comenzaba un aguacero repentino y fugaz, pero suficiente para erizarme la piel: estaba viendo llover en Macondo. Fue imposible no asociarlo con la ficción al recordar el Monólogo de Isabel…
Por la tarde fui al río Aracataca y me encontré de frente con las piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. Existen y algunas tienen el tamaño de un elefante. Todavía no me había repuesto del sobresalto, cuando llegó al pueblo Jaime García Márquez, un ingeniero al que la sonrisa permanente le llega hasta las orejas. Un turista le pide una foto a su lado. ¿Cuánto hay?, pregunta. Es que ser el hermano de Gabito no me sirve pa' pagá la boleta de la luz, se responde sonriente.
Jaime cuenta que Gabo es supersticioso. Tanto que no aceptaba tomarse una foto de familia. El decía que si posábamos todos juntos empezaríamos a morirnos. Pasaban los años y no teníamos fotos –recuerda-. Después que murió Eligio -el menor de los hermanos, escritor y periodista-, lo convencí y por primera vez nos tomamos la foto de familia. Pero, por las dudas, Gabito se puso los zapatos al revés. Después fuimos al restaurante del poeta cataquero Rafael Darío Jiménez. El local se llama Gabo y en las paredes hay imágenes de García Márquez en distintas etapas de su vida pública. Entre las fotos de familia, aparece un cuadro que resguarda un papel del tamaño de un libro.
Vale por diez botellas de ron para el mono Todaro. (Gabriel García Márquez – Diciembre de 1983).
El mono Todaro era un hombre alcohólico que, en 1983, al regreso de Gabo a Aracataca, le pidió dinero al escritor. Pero el Nobel no tenía efectivo en su bolsillo, ni siquiera cargaba una billetera. Para no defraudar al amigo, escribió el vale de puño y letra. Con ese papel, el mono Todaro vivió los últimos diez años de su vida. A cada turista que llegaba a Macondo, le contaba la historia del vale y cobraba cinco dólares para mostrarlo. De ese modo se ganaba unos billetes que después cambiaba por ron.
Un estado de ánimo
En Aracataca hay anécdotas para agregarle unos doscientos años a la literatura. La iglesia está frente a la plaza del pueblo. En los tiempos del abuelo de Gabo, ese lugar era el preferido de las prostitutas. Las mujeres se peleaban por los clientes gringos que llegaban a hacer negocios con la exportación del banano. Por las noches, ellas bailaban en la plaza, con una vela encendida en la mano. Los gringos encendían sus billetes de dólar en las velas, antes de girar a su alrededor. Así demostraban sus quilates. Después el ron se ocupaba de iniciar las peleas entre las prostitutas. En aquel tiempo, llegó a Aracataca el párroco Francisco Angarita, que había sido enviado con la misión de terminar con las disputas. El párroco impuso una multa para las mujeres que participaban en peleas. Estableció que el dinero recaudado iba a ser destinado a concluir las obras en la iglesia. En Aracataca, la iglesia terminó de construirse con el valioso aporte de las prostitutas. Es el templo de San José. En ese lugar, mucho tiempo después, el mismo párroco bautizó a Gabo.El Nobel dijo alguna vez que Macondo no es un lugar, sino un estado de ánimo. Eso es lo que hace falta para ver la magia de su encanto, porque el clima es uno solo. Siempre hace calor. El otoño apenas se deja ver por el cambio de color de las hojas, pero el calor es el mismo todo el año. El zumbido de los mosquitos es un bullicio permanente, los perros deambulan cerca de los carros que venden la carne colgada de ganchos de metal, y varias mujeres todavía lavan la ropa en la acequia que cruza todo el pueblo. En la calle se venden jugos de colores, el burro sigue siendo el animal de carga preferido, y la gente camina sin prisa como si fuese a ningún lugar. Algunos tienen la mirada perdida como en los tiempos de La peste del insomnio. Por momentos, el pueblo parece un lugar olvidado, apartado del mundo. Pero, de pronto, surge algo que lo devuelve al mapa imaginario. Es el espíritu de Gabo. Todos hablan de él como si hubiese estado ayer. Su imagen está por todos lados, pero su cuerpo no aparece en ninguna parte. Una vieja leyenda del Caribe dice que quien vuelve sobre sus pasos muere más pronto. Tal vez por eso Gabo llora cuando vuelve a Aracataca, donde está La Casa en la que todavía suelen vagar las ánimas, que alguna vez forjaron el destino de Macondo.© LA GACETA
Un año después de haber recibido el premio Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez volvió a Aracataca. Al llegar a lo que había sido su casa de la infancia no pudo entrar. Se paró en la vereda y miró a la distancia. Estaba petrificado. Observó un instante en silencio y se le humedecieron los ojos. Para ese entonces, en diciembre de 1983, la casa era una derruida construcción, tan frágil que parecía que podía caerse con un soplido. Un incendio de tiempos remotos la había dejado endeble a los cuatro vientos. Aquella vez, los amigos, los familiares y los curiosos vieron llorar al escritor que no podía emitir palabra alguna. Bajó la cabeza, se quitó los anteojos y se secó las lágrimas mirando al piso. -Vamos, Gabito. -le dijo Mercedes Barcha, mientras le tomaba del brazo como en los tiempos de noviazgo. La esposa conocía tanto a su marido, que nadie se atrevió a interrumpirla en su decisión de sacar a Gabo de la congoja que lo invadía. Así abre el diálogo Rubiela Reyes, una mujer que sirve de guía turístico en lo que antes fue la casa natal de Gabo y hoy es el principal Museo de Aracataca.
Rubiela es una mujer de piel morena como la de todos los pobladores de Aracataca. Expuestos al sol por toda su vida, los catacos tienen un brillo especial en el rostro, casi como el de una aceituna. Ella conoce las anécdotas del escritor. Puede relatar con detalles desde la lluviosa mañana en que nació Gabo hasta las lágrimas de su regreso al pueblo que lo inspiró en su mejor literatura. El premio Nobel estaba tan conmovido que parecía haberse enterado de la muerte de un ser querido. Pero Mercedes lo recuperó de la conmoción que había experimentado al volver a su casa después de haber dejado el pueblo a los ocho años. Sólo una habitación se había salvado de aquel siniestro. Esa pequeña construcción originaria es lo único que todavía se mantiene incólume en la casa, el resto fue remodelado para construir el Museo.
El Viaje a la Semilla no fue fácil para él. Es que en Aracataca todavía deambulan los fantasmas que fundaron Macondo. Pude comprobarlo en los primeros días de mayo, cuando llegué a Aracataca, en medio de un calor asfixiante de mediodía. Así como los pobladores de Macondo se asombraban con los inventos que traía Melquíades, no hubo ni siquiera un instante en que no me sorprendiera de ese entorno mágico en un pueblo tan pequeño que parece que cabe en la palma de la mano.Descubrí, cerca de la plaza, la calle de los turcos, donde los árabes cambiaban baratijas por guacamayas. Sigue en pie la casa del telegrafista, donde trabajó su padre Gabriel Eligio García y pude ver que las plantaciones de bananos envuelven al pueblo como una enredadera. Tomaba fotografías de la vieja estación con mariposas amarillas pintadas en las paredes, cuando oí un ruido estremecedor a la distancia. El asombro me dejó perplejo. Era el tren carguero que se acercaba. No podía creerlo. A su paso formaba una estela invisible y lo más sorprendente fue comprobar que pasaban exactamente ciento veinte vagones. Había llegado a Macondo. Viendo llover como Isabel
Es una aldea, aunque ya no son las veinte casas de la ficción, algunas siguen siendo de barro y cañabrava. Todo el mundo se conoce. Todo el mundo sabe de la vida del vecino, de la comadre y del compadre. Para enterarse de la vida de los otros, los pobladores van al puente de los vara’o, donde la gente, a la hora de la siesta, se arremolina a los costados como loros dispuestos a ver pasar el tiempo, congelados, en actitud de ocio permanente.
Macondo es intangible, pero tiene tanto hechizo que se respira el realismo mágico. En el patio de la casa-museo hay un árbol que sólo podría aparecer en la ficción y sin embargo ahí está de pie, enorme, gigantesco y fantasmagórico. Las raíces bajan hasta el suelo y no al revés como en todos los árboles. Las ramas se estiran hacia abajo y al tocar la tierra se convierten en raíces. Entonces el árbol engorda. Se hace tan obeso que están obligados a podarlo, porque si no arrasaría con la casa. Entre sus hojas anidan pájaros con nombres de novela. La Chuchafría es un ave de cresta roja como las de un gallo. Llama la atención por el histrionismo de su canto, pero otro pájaro lo supera en el bullicio. El chupahuevo, de pico largo como una pinza, suele calmar su apetito en los descuidos de las gallinas.Había perdido la noción del tiempo, cuando un relámpago de lucidez me devolvió al presente. Comenzaba un aguacero repentino y fugaz, pero suficiente para erizarme la piel: estaba viendo llover en Macondo. Fue imposible no asociarlo con la ficción al recordar el Monólogo de Isabel…
Por la tarde fui al río Aracataca y me encontré de frente con las piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. Existen y algunas tienen el tamaño de un elefante. Todavía no me había repuesto del sobresalto, cuando llegó al pueblo Jaime García Márquez, un ingeniero al que la sonrisa permanente le llega hasta las orejas. Un turista le pide una foto a su lado. ¿Cuánto hay?, pregunta. Es que ser el hermano de Gabito no me sirve pa' pagá la boleta de la luz, se responde sonriente.
Jaime cuenta que Gabo es supersticioso. Tanto que no aceptaba tomarse una foto de familia. El decía que si posábamos todos juntos empezaríamos a morirnos. Pasaban los años y no teníamos fotos –recuerda-. Después que murió Eligio -el menor de los hermanos, escritor y periodista-, lo convencí y por primera vez nos tomamos la foto de familia. Pero, por las dudas, Gabito se puso los zapatos al revés. Después fuimos al restaurante del poeta cataquero Rafael Darío Jiménez. El local se llama Gabo y en las paredes hay imágenes de García Márquez en distintas etapas de su vida pública. Entre las fotos de familia, aparece un cuadro que resguarda un papel del tamaño de un libro.
Vale por diez botellas de ron para el mono Todaro. (Gabriel García Márquez – Diciembre de 1983).
El mono Todaro era un hombre alcohólico que, en 1983, al regreso de Gabo a Aracataca, le pidió dinero al escritor. Pero el Nobel no tenía efectivo en su bolsillo, ni siquiera cargaba una billetera. Para no defraudar al amigo, escribió el vale de puño y letra. Con ese papel, el mono Todaro vivió los últimos diez años de su vida. A cada turista que llegaba a Macondo, le contaba la historia del vale y cobraba cinco dólares para mostrarlo. De ese modo se ganaba unos billetes que después cambiaba por ron.
Un estado de ánimo
En Aracataca hay anécdotas para agregarle unos doscientos años a la literatura. La iglesia está frente a la plaza del pueblo. En los tiempos del abuelo de Gabo, ese lugar era el preferido de las prostitutas. Las mujeres se peleaban por los clientes gringos que llegaban a hacer negocios con la exportación del banano. Por las noches, ellas bailaban en la plaza, con una vela encendida en la mano. Los gringos encendían sus billetes de dólar en las velas, antes de girar a su alrededor. Así demostraban sus quilates. Después el ron se ocupaba de iniciar las peleas entre las prostitutas. En aquel tiempo, llegó a Aracataca el párroco Francisco Angarita, que había sido enviado con la misión de terminar con las disputas. El párroco impuso una multa para las mujeres que participaban en peleas. Estableció que el dinero recaudado iba a ser destinado a concluir las obras en la iglesia. En Aracataca, la iglesia terminó de construirse con el valioso aporte de las prostitutas. Es el templo de San José. En ese lugar, mucho tiempo después, el mismo párroco bautizó a Gabo.El Nobel dijo alguna vez que Macondo no es un lugar, sino un estado de ánimo. Eso es lo que hace falta para ver la magia de su encanto, porque el clima es uno solo. Siempre hace calor. El otoño apenas se deja ver por el cambio de color de las hojas, pero el calor es el mismo todo el año. El zumbido de los mosquitos es un bullicio permanente, los perros deambulan cerca de los carros que venden la carne colgada de ganchos de metal, y varias mujeres todavía lavan la ropa en la acequia que cruza todo el pueblo. En la calle se venden jugos de colores, el burro sigue siendo el animal de carga preferido, y la gente camina sin prisa como si fuese a ningún lugar. Algunos tienen la mirada perdida como en los tiempos de La peste del insomnio. Por momentos, el pueblo parece un lugar olvidado, apartado del mundo. Pero, de pronto, surge algo que lo devuelve al mapa imaginario. Es el espíritu de Gabo. Todos hablan de él como si hubiese estado ayer. Su imagen está por todos lados, pero su cuerpo no aparece en ninguna parte. Una vieja leyenda del Caribe dice que quien vuelve sobre sus pasos muere más pronto. Tal vez por eso Gabo llora cuando vuelve a Aracataca, donde está La Casa en la que todavía suelen vagar las ánimas, que alguna vez forjaron el destino de Macondo.© LA GACETA
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Nota del editor: La nota anterior fue transcrita de manera textual, tal y como fue tomada de lagaceta.com, por lo tanto cualquier error o mala información es de absoluta responsabilidad de su autor el periodista Miguel Velárdez. Mil gracias. veomiro@gmail.com
5 comentarios:
Dice la comentarista "lia11", en la página http://www.lagaceta.com.ar/nota/329709/LGACETLiteraria/LGACETen_Macondo.html que: "Macondo el pueblo fantasma el espíritu de Aracataca", digo yo, el pueblo fantasma es el propio Aracataca el cual se ha quedado anquilosado en el tiempo, sin futuro y sólo con pasado, el pasado de haber contado con la fortuna, casi por accidente, de ser la tierra natal del maestro Gabito, como le decimos sus coterráneos al premio Nobel de literatura colombiano. Aracataca es un pueblo fantasma, sumido en la miseria y el abandono gracias a las manos corruptas de sus gobernantes, que en diciembre de 2007 vio terminar la administración municipal de Pedro Sánchez Rueda, el alcalde más corrupto de que se haya tenido memoria, quien como distractor a la comunidad se propuso vender la idea de cambiarle el nombre al pueblo por Aracataca-Macondo y fue derrotado en las urnas por un pueblo cansado de tanta desidia, negligencia e ineptitud que rechazó tan absurda propuesta
Otros comentarios de VEOMIRO en lagaceta.com son: El Maestro Gabito duró 24 años sin ir a su tierra natal, desde 1983 hasta el 2007, año en el cual regreso para cumplir con una serie de compromisos por sus 80 años, por los 40 años de haberse publicado Cien Años de Soledad y por los 25 años de haber recibido el premio Nobel. Claro está, que sin lugar a dudas, Gabo no había regresado hastiado de la pestilencia que emanaba de las administraciones municipales de turno. A todos los lectores de lagaceta.com los invito a visitar el blog "EL CARTERO DE MACONDO" con notas interesantes sobre el Maestro Gabo, sobre Aracataca y su similitud con el mítico Macondo en la siguiente dirección: www.veomiro.blogspot.com
Igualmente: Al amigo Miguel Velárdez debo aclararle que el gentilicio de los nacidos en Aracataca no es "catacos" sino cataqueros, ahora bien el nombre del pájaro no es "chuchafría" sino "chichafría" y no es cierto que esa ave tenga una cresta roja como la de un gallo, posteriormente le tomaré una foto y se las haré llegar.
Muy buena nota sobre la realidad de Aracataca, amigo Veomiro, por favor, no dejes de escribir tus notas. Te felicito, te estás convirtiendo en el espejo crítico de cataca.
Veomiro:
yo te voy a enviar la invitacion de mi correo es pero que apenas llege por fa de enviarme las fotos y recomendaciones de mi blog.
att:
jessica y deisy
amigo veomiro pienso que estas observaciones en un momento pueden tornarse ofencivas para ciertos lectores que sinpatizan con lo ilegal coructo y desenesto mas sin embargo es necesario que alguien tome la bamdera de la justicia y que con una experiencia tan amplia como la tuya en el seno de la administraccion del municiopio de racacata te atrevaz a deenumciar estos actos rompiendo el letargo mefasto que en su realidad asume nuestro municipio amado la impunidad ya que este es verdadero culpable y enemigo del progreso y el responsable del yugo trajico del olvido administrativo enemigo del desarrollo y bienestar de las comunidades te aliento a que sigas denunciando las iregularidades que veas o mires
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